Cómics e historietas
Historia viva de la historieta latinoamericana

Percy Ochoa, el último dibujante de Rocky Keegan, Martín Toro y The Phantom

Actualmente, Percy Ochoa está dibujando “The Phantom”, de Lee Falk.
Algunas de las producciones de Percy Ochoa.
Algunas de las producciones de Percy Ochoa.
Algunas de las producciones de Percy Ochoa.
Algunas de las producciones de Percy Ochoa.
Algunas de las producciones de Percy Ochoa.

Por Ariel Avilez (*), especial para NOVA

Dueño de uno de los trazos más frescos y personales de la última época de Editorial Columba, Ochoa no colgó sus pinceles y plumines al cierre de esa auténtica fábrica de historietas. Para conocer qué senderos recorrió desde entonces, y un poquito acerca de sus comienzos en el arte de las viñetas, el hombre dialogó con nosotros y confirmó algo que siempre sospechamos: los grosos lo son tanto sentados al tablero de dibujo como cuando hacen la cola de la verdulería; o cuando se ponen a contestar preguntas.

¿Podría contarnos dónde nació? Y también en qué día (para saber cuándo saludarlo) y en qué año (para conocer la cantidad de velitas que deberemos comprar ante un eventual pastel).

— Nací en Lima, Perú, en el año de gracia de 1967, el día 22 de agosto. Me gusta el pastel ¡pero que no me embadurnen al querer soplar las velitas!

¿Leía historietas siendo niño en Perú?

— Bueno, en mi “chiquititud” leía historietas de la editorial Novaro, de México; desde “Batman”, “Tarzán”, “Periquita”, “La Zorra y el Cuervo”, etc. que eran como franquicias de editoriales de yanquilandia. Lo que me pegó bastante fue “Tarzán”, con los dibujos de Joe Kubert: era un Tarzán auténticamente salvaje, con los cabellos sucios, desordenados y largos, ese movimiento físico corporal de simio al posarse en un árbol, los gorilas sucios feos y malos, los indígenas africanos que daban miedo, la selva de follaje muy salvaje, los felinos anatómicamente perfectos; me impactaba ese Tarzán con esos planos de su mirada dura entre las hojas de los árboles y por ahí, en primerísimo plano, una araña venenosa tejiendo su tela ¡Fantástico! Bueno, también leía a “Kalimán”, fotonovelas de “Juan sin Miedo” (?), “El Santo - Enmascarado de Plata”, “Fantomas”, etcétera, productos de factura mexicana. Es decir, me involucré siempre en ese mundo de aventuras dibujadas.

¿Cuándo descubrió que lo suyo era dibujar y cómo forjó sus primeras armas para adentrarse en el mundo de la historieta?

— A raíz de mi apego a leer muchas historietas mexicanas de niño, empecé a copiar los dibujos de los personajes que leía e inventar historias con argumentos propios en cuadernos rayados escolares (guardo celosamente todavía esos dibujos hechos con lapicera y pintados con acuarelas de aventuras de “Batman” y “El Santo” ¡Gracias mamá por guardarlos!); siempre me preocupé por la anatomía musculosa de esos héroes. Ya en el colegio, adolescente yo, empecé a comprar revistas de editorial Columba; las compraba todas: “Intervalo”, “Fantasía”, “Nippur Magnum”, “D'artagnan” y “El Tony”, es decir, engordaba las arcas de la editorial de la palomita con las propinas que me daba mi padre y mis propios recursos, lo que me permitían adquirir las revistas que llegaban desde la Argentina a Perú. También compraba algunas revistas de editorial Record, como “Skorpio”: me encantaban los dibujos de Arturo del Castillo, la serie “El Loco Sexton”, con esos rostros bien hechos, esos caballos y esos fondos de grises cuadraditos, los cielos con líneas rayadas... Yo luego hacía historietas adaptando cuentos de autores peruanos, ya atreviéndome a usar tinta china, creyéndome profesional con la esperanza de venderlos y que se publiquen en alguna editorial de Lima, capital de Perú.

¿Llegó a publicar historietas en Perú?

— En Perú en esos tiempos, no existía prácticamente editoriales dedicadas a la producción de historietas propias (y así sigue siendo, lamentablemente, hasta el día de hoy); sólo se publicaban en suplementos de diarios de Lima con artistas locales. La lectura de los amantes peruanos de las historietas -“chistes” le llaman- estaba en comprar revistas argentinas de Columba, Record, años atrás de las Novaro mexicanas y posteriormente de editoriales colombianas siempre, como manifesté, traducidas al español y de factura yanqui. En los años 80 yo vivía en provincias del interior y era muy difícil tratar de publicar algo en esas condiciones en la capital, Lima.

Cuéntenos lo que recuerde acerca de su decisión de venir a vivir a Argentina

— Justamente, apenas terminado el secundario me planteé la decisión de dónde irme a vivir. En esos años la situación en Perú era de total desastre, se vivía la época del Terrorismo de Sendero Luminoso, grupo maoísta-comunista que ponía en jaque al Estado peruano y una crisis económica galopante; tenía que elegir: Estados Unidos o Argentina. Bueno, Yanquilandia me quedaba muy lejos... y no poder contar con los medios económicos para ello. Tramité mi pasaporte y partí en mi aventura hacia el sur; en Argentina gobernaba Alfonsín, y yo viendo la posibilidad de hacer tres cosas: operarme de una malformación física, estudiar una carrera universitaria y tratar de trabajar en la editorial Columba, es decir ¡muy pretencioso lo mío!
Mientras estudiaba arquitectura en la ciudad de la Plata, donde radicaba, en 1988 hacía los lápices a Alberto Saichann para Columba, de la serie “Shane”; después, con Clemente Rezzónico, series como “Beto Navarra”, “El Capitán Nadie”, “Mbwana”, “Vargas”. Al poco tiempo, Antonio Presa, director de arte, como para seguir “profesionalizándome”, me hacía realizar los lápices a Horacio Ottolini, Sergio Ibáñez, Alfredo Falugi y Gerardo Canelo; adelantaba capítulos, es decir, arriba de cien páginas al mes y tratando de adaptarme al estilo y narración de cada artista. Presa me decía que de esa manera aprendería a narrar, entender mejor a los artistas con más experiencia; y en realidad fue así. Esa forma de trabajar me sirvió para involucrarme fácilmente en el estilo de cada artista, hasta el día de hoy.

¿En qué editoriales argentinas trabajó?

— Sólo trabajé en Columba, desde 1988 hasta 1997. Intenté trabajar para editorial Record, pero el nivel exigido era alto, ya que las series eran revendidas a Italia, quiero decir, que en esos tiempos mi formación de historietista era muy limitada y un nivel un poco mejor a medida que pasaban los años; soy de esos dibujantes que van subiendo el nivel sin tener un techo artístico. Presa me decía que hay artistas intuitivos y otros que son estudiosos, es decir, los primeros son los que llegan rápido a sus objetivos, que los consolida (famosos, si se da el caso, con imitadores incluido) ¿y de ahí? el repetirse año tras año con lo mismo y los segundos que siguen y siguen aprendiendo, no conformándose con lo que realizan, ese es el camino con el cual me identifico.

¿Qué rescata de positivo de aquella etapa columbera y qué cosas le desagradaron?

— Bueno, conocí artistas en formación, porque Columba era también como una academia donde los jóvenes que empezaban imitaban a algunos ya formados profesionalmente, por sugerencia del director artístico, Antonio Presa. Algunos decían que los limitaba y no podían progresar en sus estilos; yo tenía otra mirada, me resultaba divertido porque, como dije más arriba, me permitía entender a otros artistas consagrados y después volcarlo a mi formación futura, con lo cual estaré siempre agradecido a Antonio Presa, persona y personaje de la editorial Columba, querido y odiado al mismo tiempo por algunos muchachos de esos tiempos. Lo que me puede haber desagradado es lo económico: precios bajos por página, porque no me era nada rentable; aparte de que eran épocas de cuentas en “naranja y rojo” permanente en la editorial, ya se vivía una situación económica y social mala en Argentina, que repercutía en la venta de revistas.

Usted fue el último dibujante de “Rocky Keegan”, “Martín Toro” y “Khrysé”, todos personajes emblemáticos, consolidados, con fieles lectores ¿cómo llegaron a ofrecerle cada uno de ellos y qué recuerda de cada una de esas experiencias? ¿Supuso para usted una responsabilidad extra hacerse cargo de esas historias?

— Empecé a realizar “Martín Toro”, por iniciativa propia en 1990. Carlos Magallanes había muerto -para mí fue el artista que consolidó a este personaje milico-gauchesco ¡los caballos que dibujaba!-. Martín nació de la pluma de Sergio Almendro en 1967 y lo dibujaron Casalla y Reler en publicaciones en blanco y negro. Bueno, “Martín Toro” seguía publicándose con otro artista y para mi gusto no reflejaba el buen trabajo y legado que Magallanes dejó, así que me animé a presentar unas muestras a Antonio Presa, imitando un poquito el estilo de este gran artista. Para documentarme, me fui a un museo de exhibición gauchesca en Buenos Aires; también me prestó el estimado Rezzónico un librito apaisado hermosísimo llamado “Lo Nuestro”, con muchas ilustraciones de gauchos y sus costumbres (que todavía no lo devuelvo: perdón, Clemente) de Enrique Rapela, el dibujante que hacía las historietas gauchas “Fabián Leyes” y “El Huinca”. Antonio Presa vio mis muestras y de inmediato me dio un guión de Eugenio Zappietro; también hice posteriormente otros con guiones de Jorge C. Morhain: el aire gauchesco y las historias escritas por Morhain eran especiales, y se nota que es hombre de campo por su amor por todo lo gauchesco, donde respeta incluso la visión del indígena pampa.
“Rocky Keegan” fue propuesta de Presa en 1991-92, cuando ya Canelo había dejado la serie, dedicándose a dibujar series para Italia y otras editoriales. Al hacerme cargo de dibujar al boxeador neoyorquino, empecé a hacer unos “experimentos” de narración y montajes en las páginas, no habituales en Columba: diagramaba mis propios carteles y globos donde después se imprimían los textos (a veces hasta le ponía color); yo todavía en formación artística, tenía aciertos y desaciertos con este personaje, pero siempre tratando de respetar a este ícono de la editorial. Hice también un capítulo de “Jackaroe” con guión de Ricardo Ferrari.
La responsabilidad de ilustrar “Khrysé” en 1997 fue propuesta por Pablo Muñoz, nuevo responsable, administrador, jefe de arte, guionista, etcétera; un auténtico hombre-orquesta en una etapa de Columba ya en total crisis sin vuelta atrás. Prácticamente, la editorial Columba se había reducido a una gran habitación de un solo piso, y se hicieron algunos episodios con guiones de su creador, Gustavo Amézaga (Manuel Morini).

“Angelo”, escrita por Ricardo Ferrari, es para mí una de sus historietas más personales. La miniserie de cinco episodios arranca como tantas otras con un pobre inmigrante italiano, como “Savarese” o “El Siciliano”, embarcándose hacia América para buscar un futuro mejor; mientras que el primero se hace agente del FBI y el segundo mafioso, Angelo se hace obrero. Háblenos del modo en que encaró una historieta tan inusual, y más teniendo en cuenta que fue publicada en Nippur Magnum.

— Ya Antonio Presa había sido despedido de Columba y nueva gente se hizo cargo de la editorial; una señora joven que reemplazaba al ex director de arte, me propuso dibujar esta serie. Apenas llegué a casa leí estos guiones y me encantaron, porque había una historia humana interesante que me inspiró a interpretar los escritos de Ricardo Ferrari, que firmaba con el seudónimo de Leandro Ferri ¡Cómo inspira a un artista cuando se tienen guiones bien pensados! Sale un buen producto, y de esto saben los que tuvieron la suerte de dibujar los guiones de Robin Wood. Eso fue hacia 1994, cuando se acentuaba la crisis en Columba; pero me decidí a seguir haciendo experimentos de narración: usaba mucho la fotocopia de mis propios dibujos para resaltar algunas secuencias. En esa época ya se publicaba de todo en Columba: republicaciones de Italia de algunos artistas argentinos con textos escritos a mano, y no con el estilo de impresión tan característico de Columba, ni la redundancia de texto y dibujo ni la atiborrada cantidad de texto, que era el estilo que gustaba a los consumidores de Columba. Apareció el color directó, a veces papel satinado ¡portadas de Ariel Olivetti! Excelente artista que trabajaba en la revista Fierro, la antítesis de Columba… ¡¡El caos total!! La editorial había perdido el rumbo, sin estilo ni identidad, con manotazos de ahogado de la nueva gerencia administrativa, quizá buscando nuevos lectores. En ese clima trabajo, yo -como buen ratón de biblioteca- visitando mensual y sagradamente las librerías de la calle Corrientes de Buenos Aires, encontré un libro muy viejo del ruso Vsevolod Pudovkin, famoso director de cine, de los inicios de este novedoso arte, llamado “Montaje analítico de la cinematografía” donde hablaba bondades del cine ruso, de Sergéi Eisenstein, de Lev Kuleshov;capítulos interesantes de cómo componer montajes con las imágenes. En base a esas lecturas del libro, apliqué lo que pude y supe a la serie de Ferrari y quedó… redondita.
Debido al caos reinante en Columba, me dije: “nadie prestará atención a algunos cambios sin permiso que haré a los guiones”, así que cambié diálogos, eliminé cuadritos o viñetas y agregué otros, deseché textos, etcétera. Me apropié de la serie: no conocía personalmente a Ricardo Ferrari ni conversé con él por teléfono, es decir, con mi total falta de respeto a todos, salió esta serie, un tanto imitando el estilo de Falugi, pero el resultado fue bueno. Pasados los años, cada tanto le doy una miradita y me sigue gustando.

¿Con cuál de sus guionistas se siente más a gusto?

— Trabajé a gusto con Jorge C. Morhain, José Luis Arévalo y Ricardo Ferrari; me gusta la parte humana que ponen a sus personajes; por lo menos yo, me metía en las historias que escribían. Algunos guionistas, quizá debido a la mecanización de sus trabajos, pierden esa parte humana que no tendría que faltar. Hacer personajes estandarizados y situaciones repetitivas se nota a leguas y eso, por lo menos a mí, me quita inspiración y no puede salir un buen producto para el lector: una buena historieta no solo son dibujos bonitos. Empecé una serie con Armando Fernández, “El hijo del Siciliano”, en 1996: muy prometedora, se hicieron unos cuantos capítulos, pero quedó trunca debida a la falta de pagos en tiempo y forma de parte de la editorial; entiéndase que ya la crisis estaba a pleno en Columba. Otro artista la continuó, no sé si con la forma y el estilo narrativo que yo había propuesto.

¿Dónde siguió publicando tras el cierre de Columba?

— Trabajé para Italia, Suecia y Holanda, haciendo los lápices a artistas argentinos que ya trabajaban en series conocidas de esos países. Eso me fue dando experiencia de trabajar en países que tienen otra idiosincrasia y forma de ver la historieta, muy distante al mercado argentino. Eso pasó en esos años debido a la crisis y cierre de las editoriales locales. También estuve haciendo ilustraciones para el mercado yanqui, dibujando lindas señoritas desnudas (pin-ups), para una editorial de Nueva York (SQP), tanto a lápiz como color al óleo. Diseños digitales con la computadora para empresas textiles, portadas para libros y revistas didácticas. Después volví a Perú donde me convertí sin quererlo en artista de la paleta y la tela, haciendo pinturas al acrílico y óleo en formatos grandes, realizando trabajos para hoteles turísticos de varias estrellas, entidades públicas y venta de acuarelas en galerías de arte, con motivos andinos para el turismo extranjero en Pisaq, Cusco.

Actualmente, volviendo al cómic, estoy dibujando “The Phantom”, de Lee Falk, el Fantasma enmascarado, personaje creado en 1936 con dibujos de Ray Moore. Trabajo para la editorial Frew de Australia, ilustrando las historietas de este superhéroe que ya cumplió 83 años, tan célebre y conocido en el mundo entero. Tengo suerte, me tocó un gran guionista sueco, Pidde Andersson, bastante divertido, muy inspirador para que yo me pueda manifestar con lo mejor de mi experiencia en este mundillo del arte comercial.

¿Tiene algún proyecto historietístico pendiente? ¿Qué historieta le gustaría contar?

— Bueno, proyectos de historietas los tengo siempre. Tengo uno muy especial con un guionista peruano, Antonio Taboada (que ya trabaja para el mercado francés con colegas argentinos conocidos), para adaptar un cuento de Julio Cortázar y hacerlo en libro de cincuenta páginas; ¡lo tengo en carpeta desde hace dos años! Es tan bueno que lo haré muy personal y con experimentación de materiales artísticos como acuarelas, lápiz de grafito, digital y quizá algunos collages; le tengo tanta devoción y amor que será un gol para mí y, espero, también para el guionista.

¿Continúa leyendo historietas al día de hoy?

— Bueno, como me considero un amante muy fiel de la historieta en sus estilos y aspectos diferentes de todo lo que se publica en el mundo, los colecciono virtualmente a raudales en la computadora. Ya perdí la cuenta de lo que tengo de cómics bajados de internet: los voy viendo y leyendo en mis ratos libres. Cómic yanqui de los buenos artistas, BD francesa e historietas de otros países; también de los antiguos que nos dan una refrescada de todo lo bueno que se hacía en otros tiempos. Finalizando la charla me gustaría agradecer a las personas que se toman la molestia de escanear esos trabajos de colegas artistas, y ver también cosas mías que realicé para Columba en esos años. Y a vos, Ariel, por esta oportunidad de darme a conocer a tus lectores.

(*) Redactor especializado en cómics.

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